¿Quién era Nicolás Gómez Dávila?
Sus frases “son los toques cromáticos de una composición ‘pointilliste‘”, lo cual nos lleva a preguntarnos qué son sus frases, ¿por qué se llaman “Escolios”? Escolio, viene del latín scholium y del griego scholion, “comentario”, de ahí que, según el propio autor colombiano,“ el libro más subversivo en nuestro tiempo sería una recopilación de viejos proverbios”. En el epílogo a su obra, el comentarista italiano Franco Volpi agregaría que ese “comentario” “indica una nota en los manuscritos antiguos y en los incunables, anotada por el escoliasta, en interlínea o al margen del texto para explicar los pasajes oscuros desde el punto de vista gramatical, estilístico o a veces exegético”.
Su más profundo comentarista colombiano, Pizano de Brigard, dice que un escolio es una “frase corta, rápida, económica, cargada de alusiones, prefiriéndola al ensayo o a cualquier otra forma de discurso continuo o exposición sistemática”. Otro comentarista, Hernando Téllez, expresa que “el aforismo de Gómez Dávila es una especie de precipitado final en que se resuelve se expresa y sintetiza un largo proceso de meditación, y en que se cristaliza y codifica una vasta corriente de experiencia y de sabiduría.”
Algunos creerían que los textos Gómezdavilianos sólo sirven en materia filosófica y por esa razón, es indispensable expresar que no soy filósofo, ni pretendo serlo: «Un diploma de dentista es respetable, pero uno de filósofo es grotesco”; también se ha dicho por un joven escritor colombiano, Enrique Serrano, en el diálogo del Hombre de Diamante a Antonio El Griego: “La vida de un filósofo sólo interesa a los combates que libra consigo mismo. Allí desentraña sus verdades. Es de lo que sucede con su espíritu de lo que hay que hablar, ya que los hechos no son interesantes. Cada mañana se despierta como los demás, pesadamente y le cuesta animarse para alcanzar la alegría que tienen a raudales los estibadores del puerto. Se va a hacer su trabajo con la preocupación que producen las ideas que bailan en su mente. Pero tras largo tiempo y dulcemente, como una cantinela antigua ya compasada que rondase pesadamente por su ser, van saliendo a flote los frutos de su pensamiento y se van convirtiendo en algo que tiene vida propia: Sus engendros.” Por tanto, lo que aquí no se quiere hacer es crear engendros ni es filosofar, ya que “filosofar es adivinar, sin poder nunca saber si acertamos” (NGD)
¿Qué quiero adivinar o en qué quiero acertar? Quiero contestar a la adivinanza y acertar en la respuesta de ¿quién puede llegar a ser Nicolás Gómez Dávila para el Derecho, para la filosofía, para la historia, para la religión, para el amor?
¿Por qué los ‘Escolios’?
En el Diccionario de la Lengua Española, así como en el diccionario de uso del español, se dice que un escolio es “la nota que se pone en un texto para aclararlo, explicarlo o comentarlo” y que esa labor la hace un escoliador o escoliasta que se dedica a escoliar, a interlinear, a emitir “gotas puras de lucidez”, a “arrojar piedrecillas al alma del lector”, tal y como señala Volpi.
Las implicaciones de algunas de las afirmaciones de Gómez Dávila nos lleva a recordar compilaciones de reglas jurídicas, o lo que se conoce como Liberregularum, sabiéndose que en el siglo I d.C. el jurista romano Neracio Prisco, junto con su hijo Celso, como representantes de la Escuela Proculeyana, escribieron un tratado de reglas tipo escolios, tema que no fue ajeno en la Roma Imperial, con los trabajos de Pomponio, Gayo, Cervidio Escévola, Paulo, Ulpiano, Licinio Rufino, Marciano y Modestino. Sin embargo, la autoridad jurisprudencial tuvo una ligera caída hasta la época del emperador Anastasio (497-499 d.C.), cuando se volvió a imponere regulas, a imponer las reglas, como las del título XVII del libro L del Digesto (del 533), que el emperador Justiniano, gran imitador de lo clásico, quiso dedicar a las reglas, como broche de oro de su monumental compilación. Esa obra se llamó De diversis regulis iuris antiqui, con más de doscientos aforismos que luego aparecieron parcialmente en la compilación realizada en el año 1265 por el rey Alfonso X El Sabio.
Otras obras con compilaciones posteriores, fueron las Decretales de Gregorio IX en 1234; el Liber sextus de Bonifacio VIII en 1298; las 88 reglas del civilista Dino de Muguello en 1253 y, más tarde, en plena Edad Media, los primeros libros de Brocarda, Brocardica o Generalia, los cuales dieron origen al “método brocárdico”, pues los brocardos, reglas o aforismos eran ajustados a la época, en la cual, fue importante la selección de escolios realizada entre otros por Accursio en el año 1227; el boloñés Odofredo, el francés Pierre de Belleperche, Bartolo de Saxoferrato y su discípulo Baldo Degli Ubaldi; y ya en la edad moderna el juez inglés Henry de Bracton.
Durante el renacimiento son también de reseñar los Adagia del holandés Erasmo de Rotterdam; el libro del español Pedro de Dueñas; los aforismos contenidos en el Novum organum del inglés Francis Bacon; el tratado de aforismos Tratactus de iustitia universali, si ve de fontibus Iuris, per aphorismos del ginebrino Jacobo Godofredo; las principales máximas del Common Law en las Institutes of the Laws of England del inglés Edward Coke, las Maxims of the Common Law de William Noy y los Commentaries on the Laws of Englandde William Black-stone. Así mismo, el gran Johan Wolfgang Goethe publicó las Maximen und Reflexionem.
Gómez Dávila explica en Notas su estilo “corto y elíptico”, que para él es una “necesidad existencial y una razón de vida”: “Yo carezco de opiniones, sólo tengo breves ideas, transitorias y fugaces, más parecidas a las posadas destartaladas donde descansamos una noche que a las mansiones espléndidas, donde no sabemos bien si moramos ,o si somos prisioneros de su misma magnificencia.”
Para Gómez Dávila, su estilo «corto y explícito » es una “necesidad existencial y una razón de vida”
Gracias a la reedición de sus textos, los engendros de Gómez Dávila se recogieron en varios elementos: Notas (México, 1954); Textos (Editorial Voluntad, 1959); Escolios a un texto implícito (Colcultura, 1977); Nuevos Escolios a un texto implícito (Procultura, 1986) y, Sucesivos Escolios a un texto implícito (Instituto Lingüístico Caro y Cuervo, 1992), que se recogen en la selección efectuada por la hija mayor del autor, Rosa Emilia Gómez Nieto de Restrepo lo cual permite para los expertos filósofos, como señala Amalia Quevedo, “evocar la selección de apuntes que publicara la hermana de Nietzsche bajo el título ‘La voluntad de poder’”.
Gómez Dávila nunca se pronunció acerca de si el denominado texto implícito eran los clásicos, lo cual ha creado especulaciones en diversos círculos: Que era sobre la Biblia, que eran sobre las obras de Homero, etc. Aunque, según Volpi, el texto implícito sería tan sólo “la obra ideal, perfecta, tan sólo imaginada, en la que se prolongan y se cumplen las proposiciones de don Nicolás. El autor, por tanto, espolea al lector a fin de que active su imaginación. Sin este esfuerzo, los escolios no hablan. Quedan convertidos en disparates, incomprensibles y herméticos.” Y es que, según Volpi, la convicción metafísica de Gómez Dávila es que como se lee en “Notas”, “la totalidad del universo existe tanto en el universo entero como en cada uno de sus aparentes fragmentos.” El texto se editó fuera del comercio y sólo para los amigos de don Nicolás.
El texto implícito sería tan sólo “la obra ideal, perfecta, tan sólo imaginada, en la que se prolongan y se cumplen las proposiciones de don Nicolás.

“Nació, escribió, murió”
Su biografía, en palabras de Volpi, se podría resumir en que “nació, escribió, murió”. En algunos textos dicen que nació en Cajicá, Cundinamarca, pero no pude encontrar en la sistematizada información de esa parroquia el bautizo de Gómez Dávila, por lo tanto, lo dejamos como vecino de Bogotá desde el 18 del mes de mayo del año de 1913, hasta su fallecimiento el 17 de mayo de 1994, siendo hijo de una familia aristocrática, integrada por don Nicolás Gómez Saiz, nacido en 1865 y su segunda esposa, con quien contrajo nupcias el 25 de abril de 1904, doña Rosa Dávila Ordóñez. Fueron sus hermanos Isabel y Hernando Gómez Tanco e Ignacio y Teresa Gómez Dávila.
Don Nicolás se casó a los veintitrés años con doña Emilia Nieto Ramos y según las Genealogías de Santa Fe de Bogotá, tuvo tres hijos: Doña Rosa Emilia, nacida en octubre de 1938; don Nicolás, nacido en 1941; y Don Juan Manuel.
Gómez Dávila viajó a los seis años con la familia a París. Allí fue educado por sacerdotes benedictinos, y debido a una neumonía grave, por profesores particulares con quienes aprendió griego y latín (más tarde inglés, alemán, italiano y hasta danés), así como a los grandes clásicos. Sus veranos los pasaba en Inglaterra, por ser el de ese país un clima más benéfico para sus averiados pulmones. En 1936 regresó a Bogotá.
Aparte de saber que se confesaba católico y otras veces, como señala Gerd-Klaus Kaltenbruner, “un pagano que cree en Cristo” y que tuvo un importante almacén de telas, tapizados y cortinas con dos sucursales en Bogotá y una Hacienda que su padre compró a finales del siglo XIX, la Hacienda “Canoas Gómez” en Soacha, Cundinamarca, muy poco se sabe de don Nicolás, aunque, como señala Volpi, “Nada más vano, ni más delicioso, que hablar de sí mismo”.
A veces se confesaba católico; otras veces, “un pagano que cree en Cristo”
La Hacienda Canoas Gómez remonta su historia al siglo XVII. Hizo parte de las tierras asignadas al Alférez Real de la Conquista don Antón de Olalla y formó parte del Mayorazgo de Bogotá de propiedad de don Francisco Maldonado de Mendoza desde 1621. En su extenso territorio que también comprendía la hacienda de Aguazuque, que se interponía entre Fute y Canoas, existieron los pueblos indígenas de Tuso y Chipo. Fue también cuartel en la Guerra Civil de 1876 y posee una historia más extensa, que se une a la tradición aristocrática de la familia de don Nicolás Gómez Dávila. El Oratorio de esta Hacienda es Monumento Nacional desde 1975. En inmediaciones de esta Hacienda, se encontraron por el antropólogo Gonzalo Correal Urrego, restos óseos con más de 12500 años de antigüedad, conocidos como “El Hombre del Tequendama”.
Fue Gómez Dávila miembro de la Junta Directiva del Banco de Bogotá y socio del Jockey Club. Iba al centro de Bogotá en un Renault-4, al cual le tenía chofer “de librea y corbatín”, como lo decía don Rafael Pombo y llegó Gómez Dávila a expresar que sus santos patronos eran Montaigne y Burkhart, los maestros del escepticismo y de la historia. Su libro preferido era la Historia de las guerras del Peloponeso y, a finales de los años 40 del siglo XX, al parecer en 1949, viajó con su esposa al antiguo continente recorriendo durante seis meses varios países en automóvil y luego expresó: “Viajar por Europa es visitar una casa para que los criados nos muestren las salas vacías donde hubo fiestas maravillosas”.
Fue también Gómez Dávila, en palabras de Pizano de Brigard, “puerta y generoso guía en el camino que recorre ese universo; para sus lectores será tal vez la última oportunidad de conocer entre nosotros cómo es un hombre eminentemente civilizado, un espíritu profundamente hecho y nutrido por la plenitud de la riqueza espiritual contenida en el universo occidental”.
“Viajar por Europa es visitar una casa para que los criados nos muestren las salas vacías donde hubo fiestas maravillosas”.
En 1948 ayudó a Mario Laserna Pinzón en la fundación de la Universidad de los Andes. Desde entonces, éste “aristócrata de la inteligencia”, se enclaustró en una señorial casona de la Calle 77 con Carrera 11 en el Barrio El Nogal, en la cual reunió en su altillo más de treinta mil libros. Una “caverna platónica” donde, en palabras de Alberto Zalamea:
“Todos los libros y en todas las lenguas posibles, desde los incunables flamencos, pasando por las ediciones príncipes, hasta los volúmenes de lujo ilustrados por los más grandes maestros, desde los clásicos griegos y latinos hasta los padres de la Iglesia y las eruditas ediciones alemanas, desde la más completa bibliografía filosófica y patrísticas hasta los poemas que han hecho de la existencia humana una ineluctable razón de vida, en fin un compendio de sabiduría.”

En esa monumental y legendaria biblioteca, sólo se escuchaba, dice Volpi, “el ruido tenue del lápiz, resbalando sobre la hoja intacta” y allí practicaba la “Biblioterapia”, convirtiéndose en bibliómano, bibliófilo, bibliófago y bibliotecario, cuatro términos que permiten hacer alusión a esta Nota suya: “Un libro inteligente nos hace sentir inteligentes, como una música militar heroicos.”
Allí se encontraban, explica Volpi, “infolios; rarezas; volúmenes antiguos impresos en París, Venecia, Florencia, Amsterdam; la literatura universal desde Homero hasta Goethe; la filosofía occidental desde los presocráticos hasta Heidegger, pasando por la Patrología griega y latina de Migne. Todo, rigurosamente, en el idioma original. En los últimos tiempos don Nicolás se había procurado hasta una gramática danesa para leer a Kierkegaard directamente, sin la mediación de las traducciones”. Sin embargo, el campo para los escritores latinoamericanos estaba muy restringido: sólo Borges, Alejo Carpentier, Álvaro Mutis, Octavio Paz y Hernando Téllez; y el espacio para los norteamericanos, totalmente vedado.
Lector incansable, compartía las tardes del domingo con un selecto grupo de contertulios: Su caballeroso adversario” Gabriel García Márquez, quien expresó: “Si no fuera de izquierda, pensaría en todo y para todo como él” y además, Alberto Lleras Camargo, Mario Laserna Pinzón, Douglas Botero Boshell, Francisco Pizano de Brigard, Álvaro Mutis, Félix Wilches, Abelardo Forero Benavides, Hernando Téllez, Alberto Zalamea, Juan Gustavo Cobo Borda, Adolfo Castañón y últimamente los extranjeros Martin Mosebach, o sus traductores al alemán Günther Rudolph Sigl y al italiano Franco Volpi y otros, que lo lanzaron al estrellato, ya que Gómez Dávila nemo profeta in patria.
Gómez Dávila: colombiano y universal
Sólo a partir del último cuarto del siglo XX, el primer alemán que hizo referencia a don Nicolás fue el profesor Dietrich von Hildebrand, Gómez Dávila comenzó a ser reconocido, primero en Europa, y después en Colombia, como un pensador relevante, con sus “analogías y asonancias”. Luego, Franco Volpi, profesor de la Universidad de Padua, quien escribió El Solitario de Dios y publicó sus traducciones In margine a un testo implícito y Tra proche parole, le daría el puesto universal que lo coloca al lado de los grandes pensadores de la humanidad.
Según el analista colombiano Hernán D. Caro:
“Es lugar común aquello de que nadie es profeta en su tierra. Y quién ignora que los grandes genios colombianos (en la eventualidad de que existan) la tienen difícil para ser celebrados como tal en una república enfrascada en nuestro infeliz saqueo, desfalco y cataclismo moral cotidiano. No por ello deja de ser insólito que un oscuro aforista capitalino, quien jamás se preocupó por divulgar sus obras y cuyos libros llevan títulos que recuerdan los inventarios de un bibliotecario, sea ensalzado por distinguidos intelectuales europeos –y al parecer en serio– como uno de los mayores genios del siglo pasado. Es lícito preguntarse a cuenta de qué, en el país de eminentes aforistas como Lichtenberger, Schopenhauer y Nietzsche, el catequístico Nicolás Gómez Dávila goza de tal notoriedad. Tres hipótesis.
Todo el mundo ama a un buen odioso. Y sin duda nuestro hombre fue uno. El crítico literario Jens Jessen afirma que Gómez Dávila es el único pensador contemporáneo que arremete contra tabúes aún existentes: contra la democracia, el liberalismo, el comunismo, el capitalismo, la alucinada adoración por el progreso, la tolerancia religiosa –y se podría añadir sin sorna: el homosexualismo, el Concilio Vaticano Segundo y la minifalda.
Gómez Dávila es el único pensador contemporáneo que arremete contra tabúes aún existentes
Ahora bien, aunque Gómez Dávila sea quizá el más reciente, no es desde luego el único autor que dedicó su existencia al insulto de los tiempos que corren y a la vindicación de los pretéritos. Una lista de buenos odiadores durante la historia del pensamiento contendría acaso tantos nombres como escolios los Escolios. Y tampoco es un acontecimiento peculiar la mezcla de desprecio por lo actual y rancio cristianismo que aquellos escolios propugnan –aunque se debe admitir que esta sí es una mezcolanza poco habitual en nuestros días.
Visto así, uno tiene la sensación de que el mérito principal de Gómez Dávila radica ante todo en encarnar una añeja actitud intelectual que reaparece de siglo en siglo, y que disfruta de muy buena reputación entre los pensadores más civilizados, pues los hace sentir parte de una casta de gente inteligente muy lúcida, muy profunda, muy especial. Se trata de aquella mil veces reencauchada actitud reaccionaria que condena el mundo moderno con todas sus rutinas vulgares y pervertidas, y suspira (o bufa, según el caso) por los buenos tiempos pasados.”

Gómez Dávila nos permite pensar, cavilar y analizar situaciones y eventos. Como dijo de él Fernando Savater: “En la mayoría de las ocasiones, los aforismos del pensador colombiano son demoledoramente certeros y tan válidos desde mis propios presupuestos como puedan serlo desde los de quienes compartan los suyos, tan opuestos”, y luego agrega: “De ahí lo contradictorio y casi agónico de mi pasión por Gómez Dávila: no comparto ninguno de sus axiomas, pero sí la mayoría de lo que deduce de ellos. Sobre todo, cuando niega y rechaza, aunque mucho menos cuando afirma. Lo cual no le resta interés, porque, como él mismo escribió, ‘muchas doctrinas valen menos por los aciertos que contienen que por los errores que rechazan’.”
Insisto en este punto, ya que no admiro sus Escolios simplemente por su espléndido tino expresivo, duro como la roca y trémulo como la rama según su propia inolvidable descripción, ni tampoco por su evidente ingenio y su tonificante humor, sino ante todo porque da la casualidad -lo mismo que advirtió Borges sobre las aparentes boutades de Oscar Wilde– de que suele decir verdades, sobre todo cuando critica. Y para mí, que no soy posmoderno y mucho que lo lamento, la verdad es más importante que el estilo, que el ingenio y al menos tan importante como el mismísimo humor.”
Zalamea expresó sobre la «revelación purificadora» de esta obra, que “la maestría de estilo –cada día más depurado a través de medio siglo de tenaz elaboración–, la nobleza de espíritu de quien lo maneja, la claridad del concepto, la decantación del conocimiento, la sutileza de su sensibilidad, hacen de las notas, textos y escolios de Nicolás Gómez Dávila una obra luminosa, antorcha entre oscuridades ancestrales, obra en la que es posible aprender y aprehender, obra de cuya lectura se sale enriquecido y agradecido.”
Gómez Dávila y la teoría jurídica
Apreciemos en el presente análisis compilatorio los principales aspectos de la obra de Nicolás Gómez Dávila en relación con el Estado y el derecho. Así, mi trabajo surge de la lectura de su obra seleccionada, antes de conocer la existencia de su artículo sobre el tema, en el que el escoliasta manifiesta que no hay ningún problema más auténtico que el que surge de tres nociones jurídicas: del Derecho, de la Justicia y del Estado. No hay necesidad más perentoria y, a la vez, más hostigante para definirlas. No obstante, cada una de ellas crea su propia teoría: teoría del derecho, teoría de la justicia y teoría del Estado, todas son sólo una: la teoría jurídica.
No hay ningún problema más auténtico que el que surge de tres nociones jurídicas: del Derecho, de la Justicia y del Estado.
El carácter jurídico del Derecho, de la Justicia y del Estado, entonces, encuentra un puesto de preeminencia, ya que “la noción jurídica no es simple ensambladura de hechos sociológicos, éticos y políticos, sino caso autónomo. Lo jurídico no es artificio del espíritu para ordenar, de una manera inteligible, una multiplicidad empírica. Lo jurídico no es concepto. Lo jurídico es, según la postura radical que se adopte, categoría o estructura. Indiferentemente. Por lo que existe una estructura jurídica (una categoría), derecho, justicia y Estado, pueden revestir aspectos sociológicos, plantear problemas éticos, e irrumpir en la historia”.
Precisamente, sobre estos elementos, Gómez Dávila asegura que, por definición, un sistema jurídico es una estructura de reglas inviolables y, por tanto, “Derecho es la regla de conducta que nace del convenio. Justicia es la observancia de la regla de derecho. Estado es la regla de derecho que asegura la observancia. Derecho, justicia y Estado, jurídicamente no son nada más”. Esas definiciones, sin embargo, parece que no fueran necesarias, ya que supuestamente son conocidas por todos, pues “nadie vive en estado de virginidad lingüística o de inocencia jurídica«.
He llegado entonces a este punto, luego de haber leído completa la obra de Gómez Dávila y encontrar que, dentro de la selección de sus escolios, no hay un índice temático, analítico ni de materias, ya que su compiladora se limitó a verter en el texto dichos comentarios sin un orden específico. Eso, realmente fue lo que motivó mi investigación para aportar en mi línea de investigación sobre historia de las instituciones y sobre el particular, comencé la búsqueda de material del escoliasta, hasta encontrar, precisamente un artículo suyo titulado “De Iure”, texto escrito hacia 1970, que permaneció inédito hasta 1988, cuando el autor accedió a que se publicara por la Revista institucional del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (Léase Universidad del Rosario).
Dicho texto arranca por decir que no es fácil saber de qué se habla cuando se menciona el Derecho, la Justicia y el Estado, ya que nos confunde “la doble naturaleza del derecho, la equívoca función de la justicia y la juridicidad ambigua del estado”. Aunque dicho “embrollo intelectual” no se deriva de “un estado de ignorancia fácilmente remediable, sino de la dificultad radical tanto de rebatir como de vindicar la existencia de un derecho natural frente al derecho positivo”.
En la obra del escoliador, he podido encontrar varios énfasis: Historia, Ética, Literatura, Erotismo, Religión, Poder y Justicia, el Estado y, principalmente, los Derechos, pues “De Iure” fue mi primer acercamiento con Gómez Dávila, cuya obra ha sido elogiada por contener refinadas, sutiles y hasta cínicas y burlonas frases. Ha generado el auge de su estudio particularmente en Europa, donde es curiosa su “actitud de campesino medieval indignado” (Cobo Borda) frente al sabotaje “en contra de una época que, según sus palabras, no sólo ha logrado desacreditar la virtud sino también los vicios”.
Gómez Dávila “el reaccionario auténtico”, en materia de ideologías y revoluciones, los aportes del aristócrata bogotano fueron acordes con el parentesco que por su abuela materna le venía de doña Mercedes, una de las hijas del Precursor de la Independencia de Colombia, don Antonio Nariño.

Se le definió como “un ángel cautivo en el tiempo”; “un colombiano universal”; “un reaccionario inconformista”; “el Epicuro de la inteligencia”; “el más original solitario del siglo XX”; “un aforista a corpus único”; “un ilustre desconocido”; “un antimodernista”; “un campesino medieval indignado”; “un pagano que cree en Cristo”; “un apasionado anacronista”; “el solitario de Bogotá”; “el buen odioso”; “escritor magistral y radical”; “el criptocarlista colombiano”; “escritor venido de la nada”; “un pensador incansable”; “el pastor de libélulas”; “un pensador aristocrático en los Andes”; “cazador de sombras sagradas sobre las colinas eternas”; “ajeno a toda moda”; “el más erudito y a la vez el más sencillo y humano de los seres”; “confesor de lo necesario”; “el solitario de Dios”; “excéntrico, incómodo, irregular, inclasificable e inconfundible”; “el Nietzsche colombiano”; “un indiferente sin cinismo y un apasionado sin entusiasmo”; y “enemigo insobornable de toda revolución”. Pero para quienes aún recuerdan a este cachaco por antonomasia, que residió diecisiete de sus 81 años en París, y para quienes ahora se adentran en el estudio de sus obras, “un pensador del talante universal de Gómez Dávila sólo se produce, sin importar cuál sea el sistema educativo, por intervención de la Divina Providencia”, como señaló Laserna Pinzón
Han pasado muchos años, ya treinta, desde la muerte del escoliasta. ¿Servirán los brocardos gómezdavilianos como aportes al pensamiento? Por lo pronto, mi trabajo se centra en estudiar los que se refieren al amor, a la religión y a la historia, con todo el rigor metafísico que la doctrina gomezdaviliana le imprime.
Hernán Alejandro Olano García es Miembro Correspondiente Hispanoamericano de la Real Academia
Española de la Lengua; Miembro de Número de la Academia Colombiana de la Lengua; Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia Panameña de la Lengua; Miembro Honorario de la Academia Boyacense de la Lengua y de la Academia Guineobiseana de la Lengua. En 2011 publicó el libro Brocardos jurídicos. Escolios de Nicolás Gómez Dávila (Academia Colombiana de Jurisprudencia)
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