Apuntes sobre la violencia

Si algo demuestra la historia es que es constante. El veloz e incesante proceso de secularización que ha vivido la civilización occidental no ha suprimido algo tan vinculado a la religión como el anatema. Hay cuestiones que en el espacio público son anatemizadas, cuya mención provoca muecas de desagrado, aliporis y cambios de dirección en la conversación. Una de estas cosas anatemizadas es la violencia.

En un esquema mental constituido de eslóganes publicitarios, en donde cualquier elemento desagradable es suprimido para aumentar el rendimiento de las ventas de un producto, poco espacio cabe para un hecho tan desagradable como es la violencia. Estamos rodeados de colores amables y suaves, palabras de ánimo e historias de superación. La psicología del sujeto del siglo XXI está construida sobre los pilares del pensamiento ‘Mr. Wonderful’.

Sin embargo, igual que cuando un médico realiza un diagnóstico exhaustivo e informa a su paciente, por obedecer a un mínimo principio de realidad en contra de lo que a uno le gustaría que la realidad fuese, así es necesario exponerse a la violencia para entenderla. El pensamiento pacifista surgido a partir de los años sesenta y cuya vigencia parece todavía tener vigor sería semejante a la actitud de un paciente cuyo diagnóstico es grave, pero del que no quiere saber nada. Si yo pienso que la enfermedad no está, no estará. Estoy en contra de las enfermedades, por qué iba a ser yo víctima de una.

El origen de estas meditaciones proviene de un post que me llegó hace muy poco tiempo. En él, un usuario de una red social hacía un canto de alabanza a la vida de los narcos mejicanos, publicitando un vídeo de captación en el que se veían muchas armas, prostitutas, dinero y, en general, una vida repleta de lujos. Observé la semejanza que guardaban las técnicas de captación de los narcos con las del ISIS, y me pareció un fenómeno interesante. Sin embargo, el peso moral me obligaba a ver en las respuestas a este post, por si encontraba algún sed contra que criticara dicha actitud propagandística. Y así fue.

A continuación voy a detallar las dos imágenes que publicaron como respuesta al post propagandístico. Seré explícito y apuntaré a los detalles, no por una cuestión morbosa —Dios me libre— sino por una cuestión diagnóstica. Si no sabemos que esto existe, no podremos ponerle remedio, no podremos usar soluciones preventivas para que no nos alcance la enfermedad. En la primera imagen aparecía la cabeza cercenada de un varón, tendría unos cuarenta años, metida en una nevera de corcho, con los testículos y el pene metidos en la boca. En la segunda imagen, aparecía el cuerpo desmembrado de un varón de unos cincuenta años. Le habían quitado la piel de la cabeza y la habían arrojado a los despojos. La cabeza sin dermis se situaba entre las piernas del hombre, encima su tórax estaba una gorra, imagino que con el logo del cártel responsable de la matanza.

Las dos imágenes además de causar un impacto severo en mí, me hicieron pensar en la violencia. No podía concebir que una persona pudiera estar andando por la calle y encontrar semejante oda a la deshumanización. Un nihilismo absoluto. Qué habría pasado para que eso fuera tolerable, para que un gobierno no dispusiera de todos sus mecanismos de defensa interna para la aniquilación de esos movimientos. Es que acaso no sería legítimo usar la violencia con aquellos que promueven la extorsión, aquellos que compiten con el gobierno por la dominación de un territorio. Cómo se puede mantener el orden social sin un mínimo de seguridad que garantice que la violencia se mantenga institucionalizada y constreñida a la ley. Había muchas cuestiones por resolver.

La íntima relación entre el derecho y la violencia no proviene de una derivación de una sobre la otra, sino que es la propia constitución del nomos la que ya exige de una violencia

La primera cuestión en la que es menester detenerse es si toda violencia es mala. La respuesta rápida es no, la respuesta extensa requeriría de mayor espacio y tiempo, pero digamos que, si bien la violencia como mecanismo de resolución de conflictos no es deseable ni buena, se entenderá de forma común que es necesario que exista un mínimo de violencia y que esta se institucionalice para una defensa externa (ejército) e interna (policía) del orden social. Ese orden social, dicho sea de paso, se constituye en base a los usos y costumbres de un país. Su preservación es necesaria para el correcto funcionamiento del mismo, garantizando que cada uno de nosotros pueda tener un proyecto vital, así como el correcto funcionamiento de la justicia. Sin la preservación del orden (eutaxia) no puede existir una convivencia debido a la influencia del desorden (distaxia). Incluso desde una perspectiva marxista clásica la violencia es lícita (erróneamente por supuesto) si se realiza desde el proletariado hacia la burguesía dominante.

Si bien por tanto existe una violencia legítima, también puede existir una violencia ilegítima. Y aquí entrarían tanto la violencia de instituciones que pugnan por el dominio de un territorio (ej: cárteles) pero también la ejercida por un particular que no delegue el cumplimiento de la justicia en manos de las instituciones (ej: Ley del Talión). Por tanto, la erosión de las instituciones no genera un clima de anarquismo utópico, sino una batalla campal entre grupos por el dominio del territorio. Desatando la violencia mimética girardiana.

La institucionalización de la violencia (monopolio de la violencia por parte del estado según Max Weber) debe ser constreñida y mediada por la ley y por la prudencia política, puesto que, si bien es necesario el uso, puede darse el abuso, que es síntoma de anarquización. O bien en palabras de Byung-Chul Han:

“La violencia no mantiene nada unido. De ella no brota ningún sostén estable. En realidad, una presencia masiva de la violencia más bien es un signo de inestabilidad interior. Un orden legal que solo se conservara a través de la violencia se revelaría muy frágil. Solo un sostén estable da lugar al consentimiento de un orden legal. La violencia aparece en el momento en que el sostén desaparece completamente del orden legal.”

La íntima relación entre el derecho y la violencia no proviene de una derivación de una sobre la otra, sino que es la propia constitución del nomos la que ya exige de una violencia, al menos potencial, tanto para la instauración del orden de la convivencia como para su preservación.

Emilio Puga (Sevilla, 1997) es graduado en Sociología por la Universidad Pablo de Olavide

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