Según Franco Volpi, cuando uno entraba en la monumental biblioteca de Nicolás Gómez Dávila, el célebre pensador colombiano, no se escuchaba otra cosa que “el ruido tenue del lápiz, resbalando sobre la hoja intacta”. Fue ahí, rodeado de unas 30.000 obras, donde vivió desgranando su obra literaria, en forma mayormente de aforismos o escolios, una especie de «precipitado final en que se resuelve se expresa y sintetiza un largo proceso de meditación, y en que se cristaliza y codifica una vasta corriente de experiencia y de sabiduría».
Limitemos nuestra ambición a practicar contra el mundo moderno un metódico sabotaje espiritual.
El moderno nunca se siente tan personal como cuando hace lo mismo que todos.
De los modernos sucedáneos de la religión probablemente el menos abyecto es el vicio.
El moderno ambiciona reemplazar con objetos que compra lo que otros tiempos esperaban de la cultura metódica de los sentimientos.
El moderno llama funcional toda actividad arbitraria mente reducida a una sola de sus posibles funciones.
Vivir es el único valor del moderno. Aún el héroe moderno no muere sino en nombre de la vida.
El hombre moderno no imagina fin más alto que el servicio a los antojos anónimos de sus conciudadanos.
El lugar común tradicional escandaliza al hombre moderno. El libro más subversivo en nuestro tiempo sería una recopilación de viejos proverbios
El hombre moderno no ama, sino se refugia en el amor; no espera, sino se refugia en la esperanza; no cree, sino se refugia en un dogma.
La caridad del hombre moderno no está en amar al prójimo como a sí mismo, sino en amarse a sí mismo en el prójimo.
El moderno destruye más cuando construye que cuando destruye.
La soledad del hombre moderno en el universo es la soledad del amo entre esclavos silenciosos.
Los artistas modernos ambicionan tanto diferir los unos de los otros que esa misma ambición los agrupa en una sola especie.
Al hombre moderno le es indiferente no hallar la libertad en su vida, si la halla ensalzada en los discursos de quienes lo oprimen.
Limitemos nuestra ambición a practicar contra el mundo moderno un metódico sabotaje espiritual.
Después de conversar con alguien «bien moderno», vemos que la humanidad se evadió de los «siglos de fe» para atascarse en los de credulidad.
